Pues decidí entrar a una clínica de rehabilitación. Esta decisión ya la venía acarreando por bastante tiempo, pero no me había armado de valor…
No es fácil hacerse a la idea que jamás vas a volver a beber, sobre todo que vayas a estar en un lugar donde no vas a tener todas las comodidades de tu hogar.
Recuerdo la primera peda que me puse, fue como a los 9 años. Estaba en una boda, me empedé con sidra, sabía poca madre, como a refresco pero fermentado. Mi madre notó que ligeramente se me había subido, fue la primera vez que ella me puso un alto -hijo ya párale, esa bebida es para los grandes-.
La segunda vez que recuerdo tomé alcohol, fue a los catorce años, mis padres se acababan de separar, estaba estudiando la secundaria. Sinceramente no recuerdo bien el motivo por el cual me embriagué, pero si recuerdo que desde ese momento lo hice para no tener que enfrentar la frustración, y otras emociones negativas.
Había discutido con mi mamá. Intentando llamar su atención experimenté una verdadera borrachera. Cogí la botella de tequila Don Julio que tenía en un librero, empecé a tomar con verdadero asco, porque la realidad es que sabe feo, sabe amargo, no sé cómo pude llegar a decir que sabe rico, encontrando mil formas de describir poéticamente el sabor de esa bebida nacional. Me embriagué de inmediato. Seguí bebiendo como buen alcohólico que soy hasta llegar a la intoxicación, la cual me provocó vomito tras vomito.
Mi mamá, si se dio cuenta, ni siquiera me hizo caso, ella estaba pasando un momento difícil por su separación, estaba dormitando en su recamara a su mediana edad, mientras yo estaba embriagándome enserio por primera vez en mi vida en la sala de mi casa. Al otro día experimenté la sensación más culera de este mundo: “la cruda”. No sólo la cruda común y corriente, sino la cruda con tequila cuando ni siquiera era tolerante al alcohol. Estaba realmente intoxicado, ha sido una de las peores crudas físicas que he tenido en mi vida.
Me parece que la tercera vez que me embriagué fue a los quince años. Había ido durante las vacaciones a quedarme en casa de una tía, para pasármela patinando en tabla con un primo.
Resulta que me invitó a una fiesta caguengue de escuincles recién salidos de secundaria. Empezaron a beber. A pesar de que yo traía muy bien establecido, mentalizado e interiorizado por regañadientes de mi madre que el alcohol y los borrachos es lo peor de esta sociedad, decidí tomar un poco. Esa vez lo disfruté, no tomé demasiado, tomé “relax”, me sentí alegre, pude disfrutar del alcohol, de la camaradería. De ahí dure varios años hasta volver a beber, creo que fue hasta los 19 años en unas vacaciones con ese mismo primo en Querétaro.
De igual forma no controlé el alcohol, bebí cahuama tras cahuama hasta perder el conocimiento, experimentando al otro día esa cruda de la chingada donde te duele la cabeza, donde quisieras quitarte esas nauseas inmediatamente, de esas que vomitas hasta las vísceras. Después de eso no recuerdo haber tomado hasta los 23 años, casi cumplía 24.