Texto: David Ruiz
Desde que tengo uso de memoria, recuerdo mi vida rodeada de música. Mi papá, médico y melómano, tenía una tornamesa junto a una torre de vinilos. La variedad de sonidos iban desde la Sonora Santanera, pasando por Pedro Infante, Jorge Negrete, Agustín Lara, José José, Oscar Chavez y Ray Conniff. Música de tríos, tropical, cumbia colombiana, tangos, flamenco, bolero, clásica, instrumental, disco, etc. Pero entre todos esos géneros mi favorito fue el bendito rock. Su colección en este género abarcaba principalmente música de los sesenta en español e inglés.
Cesar Costa, Angélica María, Enrique Guzmán y todos esos “niños” que se dedicaban a coverear el rock de los cincuenta, nunca llamaron mi atención. Los que sí me atrajeron fueron The Beatles, John Lennon, Rolling Stones y The Doors. Mi padre no tenía una gran variedad en este rubro, pero los antes mencionados, fueron mi puerta de entrada a este universo musical. Él solía hacer mixtapes con sus canciones favoritas y las ponía en su vocho. Puedo recordarme perfectamente a los 6 años escuchando «Mothers Little Helper», camino a la primaria. Esa guitarra tan característica, ‘turutu, turutu’, retumbaba en mi cabeza y la mantenía todo el día. Pero hubo una canción especial que, desde el primer día que la escuché, cambió mi vida:
– ¿Cómo se llama esa canción papá?,
– «Píntalo De Negro» (todos los títulos de canciones me los decía en español, es una costumbre que tiene hasta el día de hoy).
– ¿Quién la canta?
– Los Rolling Stones, ahí tengo un álbum en la casa, llegando te lo enseño.
Y ahí estaba frente a mi la portada negra con cinco tipos de actitud mal encarada. Pon la que escuchamos en el carro, le dije: «I see a red door and i want to paint it black». Mi cuerpo se estremecía, una rebeldía que no entendía. me hacía querer subir el volumen a tope. Al hacerle preguntas acerca de ellos, sólo podía decirme que antes salían videos de ellos donde se veían bien tronados’. Mi papá no tenía tanto conocimiento de los Rolling Stones como de los Beatles, siempre tuvo un gusto más pop.
En aquellas épocas, y bajo mi limitado conocimiento musical, el rap y el pop dominaban mi mundo: Vanilla Ice, MC Hammer, Milli Vanilli. En México el grupo de moda era Calo. La primera vez que me dio el libre albedrío de escoger un disco dentro de una tienda de música, opté por lo que cualquier niño de seis años hubiera hecho, The Simpsons Sing The Blues, pues por que niño.
Yo esperaba que viniera la canción del intro, pero oh sorpresa, sólo eran los personajes cantando, como bien lo decía en el título, blues y dos raps de Bart. Me sentí un poco decepcionado, lo escuché una vez y ya. Treinta años después, aún conservo ese disco con un gran valor sentimental.
Mi padre nunca cambió su forma de escuchar música, siempre lo hizo de manera análoga, LPs, cassettes. Solía acompañarlo al tianguis a comprar sus discos, pero siempre me preguntaba, ¿por qué si todos tenían reproductor de CDs nosotros no? Nunca sufrimos escasez en ningún sentido, siempre fuimos clase medieros, pero el hecho de no tener un reproductor de CD, me hacía sentir como un marginado ante mis compañeritos de la escuela privada a la que asistía. Conforme fui creciendo mis gustos musicales se fueron ampliando, pero el rock siempre fue el motor de mi vida. Como no teníamos un reproductor de CD, comprábamos cassettes.
En 1994, a mis 10 años, El Nervio Del Volcán de Caifanes llegó a mis manos. Ya conocía a los Caifanes por «La Negra Tomasa». Mi padre llevó un LP con éxitos de pop variados, que incluía ese tema. Debo de reconocer que escuchar «La Negra Tomasa» no fue algo que cambiara mi vida. Pero El Nervio Del Volcán, ¡wow! Me devoré ese cassette, lo escuchaba diez veces al día, me lo sabía de la A a la Z, no podía parar de escucharlo. Este fue el detonador para que años después aprendiera a tocar un instrumento (pero esa es otra historia). Al escucharlo tuve una sensación parecida a cuando dos años antes vi el video de «November Rain» de Guns & Roses. Sólo conocía esa canción de ellos, pero ese video sigue siendo mi video favorito de todos los tiempos.
El ansiado reproductor de CD llegó a mi vida cuando yo tenía dieciséis años y ahí sí, mi hermano mayor y yo le dimos vuelo a la hilacha. Con la llegada del mp3 y el streaming, he tenido la oportunidad de ampliar mis horizontes hacia nuevos ritmos, grupos y géneros.
Al ver mi historia con la música, y parafraseando a mi actual jefe, pienso que «necesitas que el tiempo pase para ver las cosas en perspectiva». Agradezco haber crecido escuchando música en la forma en la que lo hice, de manera análoga y con toda la variedad y color que el doctor melómano me ofreció. Actualmente colecciono vinilos, de la misma forma que mi papá: tianguis, tiendas, ferias. Es algo que he hecho muy mío, algo de muy ‘nosotros’, sólo puedo decirte, muchas gracias por la música papá.