Mi trabajo de velador en una vieja fábrica de muebles de madera, me deja disfrutar de lo que más me gusta, la madrugada, ah, la madrugada, esa  mítica frontera entre la noche y el día.

Ese resquicio que sirve de cómplice del romance entre el sol y la luna. Pues una de esas madrugadas que tan feliz contemplaba yo el cielo lleno de estrellas, unos golpes en el viejo portón de la fábrica interrumpieron mi contemplativa velada. Eran unos golpes desesperados, diría yo que llenos de angustia, pero no estaban acompañados de algún grito o cosa por el estilo. Al llegar al portón pregunté quién era, que se identificara, o de lo contrario lo corría a balazos. Por toda respuesta, sólo escuché una voz, que entre sollozos me pedía ayuda, era una voz de mujer.

Desconfiando de que se tratara de un cuatro, me asomé por una rendija del portón, y efectivamente la calle estaba desierta, solo la obscura figura de una mujer pidiendo ayuda recargada en el viejo portón rompía la soledad de la calle. En un loco absceso de compasión decidí abrir y dejarla entrar, no sin antes cortar cartucho de la escuadra .45 que era mi única compañía, además de mi soledad en mis noches de diligente comunión nocturna.

Al entrar de inmediato me abrazó, me dio las gracias por dejarla entrar, y mirándome con unos enormes ojos verdes, como uvas dulces, me pidió que le ayudara  a quitarse el collar que llevaba puesto, que más que collar, más bien era correa, era de cuero, como de una pulgada de ancho y con unas cosas metálicas colocadas a todo el centro de tan curioso y seguro adorno, ya que nos costó bastante trabajo a los dos, de hecho tuvimos que auxiliarnos de una vieja charrasca con la que a veces me entretenía moldeando figuras de madera.

No bien apenas habíamos dado con la forma de despojarla del molesto collar, cuando en la calle se escucharon gritos y pasos, de lo que deduje eran al menos cuatro hombres. Un error que pude comprobar al asomarme por la rendija del viejo portón, se trataba de seis hombres, que armados de toletes eléctricos y armas de fuego la llamaban a gritos “¡Alicia!, ¡Alicia!, sal de donde estés”, “¡Alicia!, no te vamos a hacer daño”. Al volver la mirada a donde se encontraba mi inesperada visita de nombre Alicia, lo que encontré fue a una mujer joven, de mediana estatura, de cabello rubio, tez blanca y de bonita figura, pero estaba aterrada de que sus perseguidores dieran con su paradero, sólo me suplicada que no la delatara, que accedería a lo que yo le pidiera, con tal de no delatarla. Sin otro interés que no fuera el de ayudarla, la cubrí del frío de ese amanecer con mi chamarra de mezclilla, y la acompañé a que se refugiara del miedo y del frío en el interior de la caseta de vigilancia.

Estaba piense y piense que cosa decirle a mi relevo en cuanto llegara, porque yo varias veces lo he agarrado en varias movidas, y siempre con distinta novia, hasta los he tenido que despertar a los dos para que se vistan, antes de que lleguen los primeros carpinteros a las siete de la mañana. Además, no necesita estar acompañado para estar dormido, cuando está solo, no batalla ni tantito para quedarse bien dormido, contando con esto, no dudé en contar con su apoyo y complicidad. Al llegar, lo intercepté antes de que entrara en la caseta de vigilancia, le conté un rollo de vaqueros, para justificar la presencia de Alicia, pero al entrar a la caseta, todo lo que encontramos en el catre que usábamos para descansar, era un montón de cobijas y mi chamarra. Pero fuera de nuestro modesto y contado mobiliario, que incluía una mesa, en la que poníamos una parrilla eléctrica, para calentar agua en una gastada olla de peltre amarillo, tres desvencijadas sillas de madera, dos viejas latas de leche en polvo, que ahora servían para guardar café y azúcar, un radio de pilas, que usábamos para acompañar nuestras jornadas nocturnas, no había en el interior de la caseta cosa alguna que delatara la presencia de Alicia la noche anterior.

Si no hubiera sido porque en el bolsillo de mi pantalón conservaba el extraño collar de Alicia, estaría seguro que todo aquello sólo había sido un muy extraño sueño. Mientras camino con rumbo a casa, que no queda muy lejos de la vieja fábrica, me siguen dando vueltas en la cabeza los hechos del día anterior. Mientras juego con el extraño collar sin sacarlo de mi bolsillo, me voy convenciendo a mí mismo de lo inverosímil de los hechos. Ya son varios años de trabajar de noche y mal dormir en el día, seguramente me encontré esta madre tirada en el patio de la fábrica y junto con algunos días de mal dormir y una cena muy pesada, mi cerebro me jugó una mala broma. De seguro me quedé dormido, me jacto de haberlo hecho en muy contadas ocasiones, pero alguna vez me tenia que vencer el sueño, así que llegando a casa, me doy un largo baño con agua caliente, me pongo ropa limpia y me duermo, convencido de que la noche anterior era una mezcla de cansancio con fantasía.

Llegando a la fábrica para el cambio de turno, mi relevo me platica las novedades del turno, que con el paso de los años han dejado de ser novedades, y para variar hoy tampoco es un día rico en noticias frescas. Mientras mi relevo se termina de cambiar para ir a su casa, me pongo a leer los reportes del día. Hay anotaciones que van desde una gata nueva paseando por el patio de la fábrica, pasando por algunos niños que fueron a pedir unos tablones regalados que según alegaron eran para hacer un trabajo de escuela, estaba anotada la visita de el plomero que siempre que destapa un baño, deja tapado otro más. Que se había reportado al supervisor de turno que los chavos salen a fumar a patio después de comer, y eso no se puede hacer en una fábrica de muebles de madera, en donde conviven desde piezas de madera, pasando por solventes hasta estopas y trapos viejos para pulir los muebles terminados. En fin, lo más interesante del día era la visita de un padre, que pretextando un calor inclemente y un sol ardiente había pedido refugio en la caseta de vigilancia para tomarse un vaso de agua y descansar a la sombra un par de minutos.

Ya la obscuridad de la noche cubría a la fábrica, en la cual solo estábamos mi soledad y yo, paseaba por el patio mirando las estrellas cuando me sorprendió escuchar un –“hola, buenas noches, ¿puedo hacerte compañía?”-

Si, era Alicia, a la que no pude más que llenar de preguntas, ¿De quién huías aquella noche?, ¿Cómo saliste de la caseta de vigilancia?, ¿Cómo entraste de nuevo en la fábrica?, ¿Seguías huyendo?, pero sin importar cuantas y cuales fueron mis preguntas, Alicia, sólo puso su índice sobre mi boca y dijo:

-Te ofrezco mi compañía en tus noches de desvelo, lo mismo para que no camines sólo cuando das tus vueltas por la fábrica, que para que puedas compartir conmigo un rico café con leche, o podemos sentarnos juntos en los tablones de pino a contemplar la luna y las estrellas, o puedo hacerte compañía en tu solitario catre, lo que tu prefieras y me pidas, el haberme ayudado la otra noche me ha puesto en deuda por siempre contigo.

Ante esta declaración decidí guardar para mí, todas mis dudas y cuestionamientos, sólo caminamos por el patio de la fábrica, la plática de Alicia no pudo menos que sorprenderme, compartía mi gusto tan personal de pasar horas enteras contemplando la noche, con el sólo propósito de ver el justo momento en que la noche y el día se juntan, como tiñen de rojo el cielo, como si cada día que comienza se iniciara abriendo una nueva herida en el cielo. Sentados sobre los tablones de pino que esperan su turno para convertirse en muebles que darán calor de hogar a su nuevo dueño, pasando el amanecer, me sugirió que descansara un poco en la caseta de vigilancia, a lo que me negué, si alguna responsabilidad tengo en el trabajo, es precisamente no dormirme en mi turno de vigilancia, entonces me pidió un café, así que entre en la caseta para prepararlo, pero para cuando salí con un par de tasas humeantes, sólo estábamos de nuevo, mi soledad y yo.

Para cuando llegó mi relevo ya tenía pensado guardar sólo para mi la noche anterior, en dado caso de que él tuviera oportunidad de ver a Alicia, ya vería yo que explicación dar, pero si no se presentaba este caso, mejor para mí, en lo que preparaba mis cosas para salir, mi relevo se puso a leer mis reportes, pero como ya era costumbre, si en el turno diurno, no hay novedades, menos en el nocturno, mis reportes tenían meses, sin novedad alguna.

Casi no pude dormir, esperando ansioso la hora para poder ir al trabajo, quería saber si la vería. Pasé el día muy ocupado, esperando que el tiempo corriera más rápido que de costumbre, al llegar al cambio de turno me puse a hojear las notas de mi relevo, todo igual, de nuevo la gata paseando por el patio de la fábrica, un carnicero que fue a comprar algunos costales de aserrín. La novedad era un inspector de protección civil que según las anotaciones de mi relevo, había inspeccionado por todos los lugares, donde nunca antes algún inspector había siquiera acercado la nariz. Al paso de la tarde, la fábrica fue quedando sola, como todas las tardes, ya entrada la noche, me paseaba por el patio de la fábrica, temeroso de gritar su nombre y no encontrar respuesta, estaba pensando que quizá nunca más la vería, así que opté por tomar una rica tasa de café, al acercarme a la caseta de vigilancia, percibí el olor a café, aún sin entender bien a bien que podría significar, al abrir la puerta, ahí estaba ella, con las mismas dos tasas de café que un día anterior habíamos dejado pendientes.

Estando sentados en los tablones de pino, me tomó de la mano y me dijo:

-Mi tiempo se está acabando, pero siempre tendrás a alguien con quién ver las estrellas.

Diciendo esto, recostó su cabeza, sobre mis piernas, y pasé el resto de la noche contándole historias de mi vida, le conté que el cielo más estrellado que había visto jamás, era el que cubre el pueblo de mis abuelos, allá por el estado de Michoacán, le conté que había aprendido a disfrutar las madrugadas, desde que murió mi esposa, y yo pasaba días sin dormir, todo esto le contaba, al tiempo que acariciaba su rubio cabello.

Al clarear el día le pregunté si se tenía que ir, a lo que contesto que sí, sólo le besé la mejilla y me fui a preparar un café, sabía que al salir de la caseta, ella ya no estaría ahí, y no me equivoqué, lo único que ví al salir, fue a la gata, corriendo a medio patio, y al dueño de la fábrica, que ese día había llegado temprano.

El día siguiente lo pasé pensando en Alicia, ¿De dónde salío?, ¿Quiénes y porqué la seguían?, estas preguntas me estuvieron siguiendo el resto del día, al llegar al cambio de turno, estaba decidido a no dejarla ir de nuevo, sin que contestara a mis preguntas.

Llegó cuando ya estaba entrada la noche, estaba yo fumando un cigarro, recargado en el viejo portón de la entrada, cuando la escuche decir “si fumas, te vas a morir más pronto”, a lo que respondí apagando mi cigarro. De inmediato le pedí una explicación, que si no tardaba en privarme de su compañía, al menos merecía yo saber el origen de tan singular amistad. Dejando escapar un largo y profundo suspiro se recargó junto a mí, y antes de empezar a contar su historia me hizo prometer, que no iba a salir corriendo de ahí, y que le iba a creer todo lo que me contara, no tuve mayor empacho en acceder a sus dos condiciones. Me contó el cuento más largo y fantasioso que hubiera yo escuchado hasta ese día, me dijo que los hombres que la perseguían, la tenían controlada mediante el collar que le quité la noche que entro a la fábrica, que esos mismos hombres pertenecían a un extraño y siniestro culto, y que mediante alguno de sus conjuros la habían encantado, pero la noche en que nos conocimos era la noche que había logrado escapar del encierro en el que la tenían, me contó que estaba atrapada entre dos polos, y que si bien en este poco tiempo había nacido entre nosotros, algo más que amistad, ella lo que realmente quería era permanecer tranquila, y morir así como había nacido.

Siendo una gata, sí la gata que se paseaba en el día por la fábrica era Alicia que temerosa de que sus captores siguieran tras sus huellas, no abandonaba la seguridad de la vieja fábrica de muebles de madera, una carcajada salío de mí, no podía creer lo que estaba escuchando, pero al ver llanto en sus ojos me quedé boquiabierto ante la posibilidad de que el cuento chino que acababa de escuchar fuera cierto. Esa noche había luna llena, se cerraba el ciclo del encantamiento del que era victima, mismo que si no era renovado, colocándole de nueva cuenta su correa, antes de la media noche, tomaría de nuevo su forma gatuna, para siempre, como agradecimiento, Alicia dejó en mis manos la decisión…Pacientemente esperamos el correr de las horas, acurrucada en mis piernas, tapada con mi chamarra de mezclilla, sólo acariciaba su cabeza, por primera vez en mucho tiempo me quedé profundamente dormido, solo los primeros rayos de luz, pudieron despertarme, al abrir los ojos, acurrucada dentro de mi chamarra, estaba Alicia.

Desde esa noche, ya no tengo como compañera a mi soledad, Alicia cumplió su palabra, me hace compañía en mis noches de desvelo, la tengo a mi lado cuando doy  mis vueltas por la fábrica, comparto con ella una taza de café con leche, y en ocasiones compartimos el viejo catre, pero donde más disfruto su dulce compañía es cuando me siento en los tablones de pino, a contemplar la madrugada, a mirar como nace un nuevo día, con Alicia entre mis brazos, acariciando su hermoso lomo rayado.

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