Texto: Juan Mendoza
Tenía veinte años, estaba por terminar mi carrera de contador público y trabajaba como Jefe de Redacción de la revista independiente de cultura alternativa chilanga por antonomasia Generación. Hoy llamada Generación Alternativa por asquerosos asuntos de derecho de autor. Por muy pretencioso que suene el puesto, la verdad es que no me redituaba gran cosa. No obstante, el no generar ingresos económicos no me causaba el menor escozor. El trabajo era puro total y absoluto alimento al espíritu, alma y corazón; además de involucrarme con personalidades del medio culturoso y literario. Como vivía mantenido por mis padres, no había pedos.
Al director del pasquín Carlos Martínez Rentería, lo conocí en la feria del libro del Palacio de Minería. Supe que era él gracias a las fotos de eventos y borracheras que salen en la última página de la reva, cuál sección de sociales de la Quien. Le hice plática, me jacté con él de tener la colección completa, nutrida en Eureka, el Chopo y en el stand que año con año rentaban en la FIL. ¿A poco también tienes el número uno y el cinco?, preguntó. Claro: Alcohol y Creación y el de Mariguana, ese último, en el Chopo, el Jabalí me lo quería dejar en 500 pesos, pero lo conseguí con un chavo que… él me interrumpió, dijo que tendría que hacer unas llamadas desde la sala de prensa.
Entonces me pidió como un gran favor si podía encargarme del stand por un rato. Me actualizó los precios y prometió volver a más tardar en 15 minutos. A las dos horas regresó un poco borracho. Vendí muchas revistas y le entregué las cuentas completitas. Ofreció una comisión que no acepté, en su lugar, le pedí mejor me regalara el número más reciente, el de Asesinos Seriales. Durante todo ese tiempo estuve ensayando una letanía para ofrecer unos cuentos para publicar en la revista. Era el único contacto literario con el que me había topado en mis diecinueve años de vida.
Me ahorró saliva: preguntó si sabía escribir a máquina, indagó la calidad de mi ortografía y quiso saber si tenía las tardes libres de 2 a 4 pm. Esa fue mi entrevista laboral para entrar a trabajar en la redacción. Como su asistente, decía, él. Jefe de Redacción, decía yo. Todólogo y barman, decía la realidad.
De hacer servicio social.
Salía de la escuela, transbordaba en el metro, de la estación Normal a Niños Héroes y llegaba a pie al número 73 de Álvaro Obregón, en la Colonia Roma. A las 5 pm me salía para llegar a tiempo a mis clases de inglés de 6 a 8 en Harmon Hall Tlalnepantla. Así fue por un tiempo, hasta que terminé la escuela debiendo una materia. Por eso, por andar reprobado, no podía hacer servicio social más que en el instituto. Recomendado por mi amigo el Macario, lo hice en el departamento de Difusión Cultural. Sólo tenían una plaza, ocupada ya por él. Así me lo hizo saber la encargada del departamento, Lolita, que tenía todo el aspecto de quesadillera de Neza y no tenía mucha idea de cultura en general. Me enteraría después que le echaba ganitas y era todo un amor.
Le platiqué mis tendencias por ser escritor y tecladista/cantante de una banda de rock, así como mi incipiente experiencia en la redacción de la Generación. Eso me abrió la puerta, pues sería de mucha ayuda para cooperar en la coordinación de la Revista Cultural Universitaria. Ella se aventaría el tiro con el Licenciado para llenar dos vacantes. A la siguiente semana, tras el engorroso papeleo, me presentó al Circulo Literario Taller Modernista encargado de sacar la revista.
Todos estudiantes de penúltimo semestre. Una chica muy guapa que tenía una brecha en los dientes de enfrente y un ligero estrabismo que la hacía ver más atractiva. Un morenazo que no podía ocultar una homosexualidad reprimida. Dos chicas gorditas que parecían gemelas, pero no lo eran y uno más que siempre está de más y nunca te acuerdas de él. O de ella. Lolita dijo mi nombre y me dejó con ellos.
La primera sesión no fue exitosa. Ellos no querían recibir recomendación alguna, mucho menos si venía de un desconocido que no pertenecía a su círculo. A la siguiente tomaron muy mal que me hubiera atrevido a rayonear sus ensayos, cuentos y poemas. “Es una edición, así lo tienen que hacer incluso en el taller, de lo contrario no van a saber qué tienen que cambiar”.
No querían cambiar nada, en realidad. Llegaba para intentar coordinarlos después de que terminaban su taller círculo/literario/modernista donde, durante una hora, se dedicaban a besarse el culo unos a otros. Me recibían hoscos y de mal humor. No me escuchaban, hablaban entre ellos cuchicheando, luego terminaba nuestro tiempo y se iban lo más pronto.
La revista que no encontraban en Sanborns.
“Miren, estas recomendaciones derivan de que Lolita me deja hacer aquí mi servicio social, porque espera que yo les otorgue las herramientas necesarias para armar una revista. Sobre todo, que les de cierta guía inspirada en que ya trabajo en la redacción de una revista de verdad. Por tanto tengo que revisar que éste, su proyecto, salga lo mejor que se pueda de acuerdo a cómo sale una revista en la vida real. Dentro de esa actividad está revisar y editar sus textos.
¡Ni siquiera me estoy metiendo con el tema! Estoy dejando de lado opiniones personales, como que no es muy literario poner chistes bajados del internet tipo TV y Novelas. Pero eso no me atrevería a decírselos, es su revista. Las indicaciones que les anoto son sólo de redacción y ortografía. Por favor, acéptenlas o no, pero háganme saber que le puedo decir a Lolita que estamos avanzando, porque de otra forma no puedo justificar mi estancia aquí y eso me metería en problemas, ¿de acuerdo?”
“Disculpa, preguntaba el morenazo, ¿me podrías decir otra vez el nombre de la revista en la que dices qué trabajas?, es que no la hemos visto en el Sanborns”. Así eran nuestras tardes, antes de que me fuera a trabajar en la redacción de la revista que no encontraban en el Sanborns.
La escuela cambió de director, el cuál cortó el presupuesto de la imprenta afectando directamente a la revista El Politécnico Lee. Neta, así la iban a llamar y no aceptaron el cambio a El Poli También Lee que estaría más de huevos. Sobre todo si pusieran la foto de un tira con un libro como logo. Ya no vio la luz, aún cuando ya estaba listo el número que “coordiné” y que insistieron que era el 1 y no el 0. Porque nunca entendieron la razón por la por qué tendría que ser el número 0.
Dejar de ser estudiante para convertirse en desempleado.
Mis funciones, entonces, se concretaron a volantear eventos, escaparme con el Macario a tocar canciones de Pink Floyd y los Beatles en piano y lira acústica en el salón de usos múltiples y cuidar el Libroclub a la misma hora en que el círculo literario tenía su hora de taller. Yo aproveché para refinarme varios títulos a préstamo. Terminé los seis meses de servicio que no se liberarían hasta dentro de otros seis, ya que el Director Encargado del departamento cultural no había firmado mi liberación. Al director todo mundo le decía licenciado, aunque nadie sabía en qué carajos tenía licenciatura.
Era cagante, déspota y tampoco tenía la mínima puta idea de difusión o de cultura. Pero que el favoritismo, compadrazgo y nepotismo lo habían acomodado en el puesto. En los seis meses que duró mi servicio sólo lo vi dos o tres veces en la oficina. Resultaba más fácil hacerle llegar mis papeles mensualmente, como si fuera nuevo, que explicarle quién carajos era yo, que ya había terminado mi servicio y tenía que firmar todo de una vez.
Así dejé de ser estudiante para convertirme en desempleado. Me levantaba tarde, me masturbaba viendo fotos de asiáticas calientes en páginas porno de internet. Escribía un chingo y me lanzaba a la redacción Charles Bukowski. Luego a alguna fiesta, presentación, comida y regresaba borracho, por lo que me levantaba tarde. Eso duró hasta que tuve que conseguir trabajo.
Durante la estancia en el servicio intenté ligarme a la Brecha, obviamente. Quizá fue por eso que le decía que era la única con verdadero talento. Probablemente sí lo tuviera, ahora no lo recuerdo. Ella se entusiasmaba más por mi incipiente carrera literaria que por salir conmigo, así que poco a poco lo dejamos por la paz. No volví a verla, mucho menos a los otros integrantes de su taller. Y tampoco regresé a la escuela. Así que no sé si en algún momento de los últimos 22 años pudieran manufacturar una revista cultural.