Cuando Jesús se entera que Juan el Bautista ha sido asesinado, entristecido se retira hacia un monte desértico para estar solo. Pero la gente comienza a seguirlo convirtiéndose en una multitud. 

Se hacía tarde y sus discípulos le avisaron que no podían alimentar a toda esa gente. Así que el Cristo hizo el milagro de multiplicar cinco panes y dos peces para alimentar a más cinco mil hombres. Cuando todos quedaron satisfechos, las sobras que se recogieron alcanzaron a llenar doce canastas.

Esas doce canastas de sobras, seguramente se convirtieron en los relatos de Los Panes y Los Pescados de Aldo Rosales Velázquez, porque el mandato fue que nada se desperdiciara. El Lado B de la vida es presentado en una radiografía cómo muerte, nostalgia, aborto, suicidio o locura. Son pequeñas escenas -volviéndose grandes universos- que parecen relatarnos fotografías antiguas o pinturas surrealistas, dónde los personajes están absortos a recibir el destino que les toca. 

Cada uno de los cuadros presentados en Los Panes y Los Pescados son esos momentos capaces de quebrar el rutinario día. Pero que sólo están ahí para quien sabe vivirlos, absorberlos; para quien sabe apreciar la belleza cuando deja de ser bella. Son realidades a las que estamos expuestos todos los días, pero aquí se hacen bajo extrañas atmósferas grisáceas y rojas donde son coherentes mientras duran. Después, no hay explicación.

En el mundo de Aldo, nada se desperdicia: ni un detalle, ninguna palabra, ningún gesto, ningún pensamiento. Todo está perfectamente usado alrededor de sus recurrentes necesidades o manías. Sus protagonistas constantemente se miran al espejo para reparar en el abdomen hinchado, para descubrir que se parecen a su padre. Sólo porque es un acto reflejo después de orinar o porque no tienen a quién más mirar en el cuarto. Uno más utiliza el espejo para dibujar “con el labial que ella dejó al irse”, porque también estas personas están siempre yéndose de una manera sutil.

“Salimos de la casa a la medianoche”, “Claude se ha ido“, “Me dijo mi mujer antes de salir”, “No tardo nos vemos en la casa”, “Se quedan sólo un rato más, luego se van”. Los adioses o despedidas, son una especie de desaparición dejando un halo de incertidumbre, cómo casi todo lo que se cuenta sobre estos humanos de alma silenciosa. Los niños aparecerán constantemente cómo un respiro de inocencia frente al ambiente opuesto en el que se encuentran. 

“Para morir es necesario primero existir” nos dice Aldo Rosales, quien se aseguró de tener un nombre y una fisionomía antes de empezar a desaparecer entre tanto sabor nostálgico que Los Panes y Los Pescados han de dejar sobre nosotros. El mismo sabor que seguramente tenía aquella comida milagrosamente multiplicada. 

No hay que perder el tiempo buscando finales felices donde no los hay. En estos cuadros salvajemente trazados la vida continúa y no se sabe bien a bien dónde comienzan los finales o dónde finalizan los principios. Tampoco busquemos moralejas donde no hay nada que enseñar, sino, más bien mostrar cómo cada quien hace, o se inventa un milagro para seguir sobreviviendo.

Chassé:

*El suceso del milagro de los panes y pescados está contado seis veces en los evangelios. Jesús, en una segunda ocasión después de curar a ciegos y paralíticos, volvió a multiplicar panes y pescados a las orillas del mar de Galilea. Esta vez se juntaron siete canastas de sobras.

*Aldo Rosales Velázquez actualmente dirige el Taller de Creación Literaria en el FARO Indios Verdes y de más de la decena de libros que tiene publicados, este es uno de sus favoritos.