Desde hoy en la mañana ando trajinando de un lugar para otro, no sé por que, pero hoy decidí, dedicarle tiempo a mi familia, a la que desde hace como diez meses no veo
Lo que pasa no es que sea un mal hijo, o que tenga problemas con ellos, pero tengo nuevas responsabilidades en la oficina, y no puedo permitirme distracciones tan vanas como visitar el tío fulano o a la madrina mengana. Me he esforzado mucho para obtener este nuevo ascenso, todos los días soy el primero en llegar y el último en irme, raros son los días que salgo a comer, por lo regular pido algo rápido y como en mi escritorio. Los fines de semana, sólo son una extensión del viernes, ya que también dejo en la oficina unas veinte horas de sábado a domingo, pero este esfuerzo lo he visto recompensado, tengo la admiración de mi jefe y de algunos de mis compañeros, los demás sólo pueden sentir envidia a mi dedicación a un trabajo bien remunerado. Gracias a mi nuevo aumento ya puedo pagar la mensualidad del club al que siempre quise entrar, puedo viajar a los lugares que siempre soñé, me compraré ropa y zapatos en exclusivas tiendas, en las que antes no podía hacerlo, en fin son muchas las cosas que ahora puedo hacer, sólo es cosa de encontrar el tiempo.
En unas cuantas y rápidas llamadas telefónicas me he enterado del precario estado de salud de mi abuelo José María, o Don Chema como le gusta que le diga la gente. De hecho, así se llama su local de venta de vísceras, que tiene en el mercado de Azcapotzalco. Mi abuelo es todo un personaje de noventa y dos años bien cumplidos como dice el, pero al parecer, la vida le está cobrando caro a Don Chema todos y cada uno de los años que le ha prestado, el tío Esteban, fue al que primero quise ir a ver y no encontré. El tío Esteban vive entre la estación de bomberos y el mercado, aún recuerdo que cuando el abuelo cerraba temprano su local de vísceras y nos íbamos a ver a su amigo el comandante de la estación. Tenía más pinta de viejo marinero, que de bombero, pero mientras ellos dos platicaban de viejos tiempos, yo feliz jugaba a apagar enormes y sinistros incendios subido en los camiones rojo brillante y con un casco que me quedaba grande. Al ir de la casa de mi tío Esteban a la casa del tío Emilio, no resisto la tentación de atravesar la explanada delegacional, ahí recuerdo como mi abuelo, mis tíos y yo pasábamos horas enteras jugando con el viento y los papalotes, que fabricábamos haciendo uso de papel de china y palitos de madera, que Don chema compraba en la vieja papelería “El Olivo”, que está contra esquina del mercado, ahí trabajaban mi mamá y mi tía Esther.
La casa del tío Emilio también está vacía, extrañamente no me lleva mucho tiempo llegar a San Pedro Xalpa. Su casa está a tiro de piedra del deportivo Reynosa, aún recuerdo cuando los sábados mi papá y Don Chema, acompañados de un six de chelas bien frías, me hechaban porras desde la banda del campo dos, cuando mi equipo de fútbol jugaba, decido atravesar la alameda norte, para ir a la casa de la tía Esther, al caminar por su verde pasto, vuelvo a ver todas las fiestas infantiles que la familia nos organizaba a mí y a todos los primos, era ya un ritual que en cada cumpleaños Don Chema y el papá del festejado se subieran a un par de árboles, para manejar desde ahí la piñata, que siempre era de barro y en forma de estrella.
De la misma forma que llegué a casa de mis dos primeros tíos, llego a la casa de la tía Esther, sin que me cueste mucho trabajo ni tiempo, ella vive cerca de la glorieta de camarones, del lado de la colonia de los electricistas, pero su casa está vacía. Lo raro es que en mi improvisada “visita a las siete casas”, no he encontrado a nadie, ni a tíos políticos, ni a primos ni a nadie. Cerca de la casa de la tía Esther están los cines a donde de chico mi mamá me llevaba junto a los dos hijos de la tía a las matinés y a la salida ya nos estaba esperando Don Chema, para llevarnos caminando hasta la nevería “El Nevadito”, en donde a todos se nos dotaba de paletas de agua de diversos sabores y colores, no sin antes pasar por la catedral de Azcapotzalco y que Don Chema nos contara siempre la misma historia de amor y aventuras que había dado como resultado cuatro hijos y siete nietos, la suya, ahí en esa catedral. Se había casado con la abuela Esperanza, de ahí que todos su hijos tuvieran nombre que empezaran con la letra “E”: Esteban, Emilio, Esther y mi mamá Elena…
Me pregunto porque no pasé primero a casa de mis papás, ahí han de estar todos, mis tíos, mis primos y mis abuelos. Sirve que en una sola visita veo a toda la familia, así que lo que me pareció simplemente una vuelta a la esquina, ya estaba yo en la colonia Claveria, ahí tienen su casa mis viejos, haciendo frontera con la delegación Miguel Hidalgo. Veo con tristeza que la escuela primaria donde estudiamos yo y mis primos y mis tíos y nuestros padres, ha sido destruida, y en su lugar se encuentra ahora una tienda de autoservicio, a un par de calles del centro comercial está la casa, pero al llegar tengo el mismo resultado que en mis visitas anteriores.
Esta serie de sucesos y mi repentina necesidad de ver a mi gente, me dan mala espina, ¿será que el abuelo está mal?, ¿estarán en el hospital?, entonces casi sin fijarme como, me encuentro cerca del Hospital de la Divina Providencia, en la calle de Invierno, a unos pasos de la casa de mi tío Esteban, el primero que había decidido visitar. A cada paso mis remordimientos se acumulan en la cabeza, si el abuelo está inconciente, no voy a poder decirle cuanto lo extraño, cuanto agradezco todo lo que me enseño, no voy a poder hacerlo sentir orgulloso por mi nuevo puesto en la oficina, si sólo fuera una visita de rutina al médico, alguien debería de estar en casa, pero si no hay nadie, es porque todos se encuentran en el hospital.
Seguramente ahí se encuentra todo el mundo, bajo este clima de preocupación por el abuelo, no voy a poder decirle a la tía Esther, cuanto extraño los barcos de papel que me hacía cuando chico y nos salíamos s jugar en los charcos que se hacían en la calle. No voy a poder presumirle al tío Esteban que aún conservo el reloj que me regalo el día que salí de la secundaria y que el predijo que perdería en unos cuantos días. No voy a poder platicar sabroso con el tío Emilio, que sabroso se platica con el, lo mismo de política, que de mujeres, hasta del clima sabe mi tío. Mi abuela, no va a tener cabeza para reclamarme que ya nunca los vengo a ver, que sólo los mando saludar con alguno de los tíos a los que sólo les marco por teléfono muy de vez en cuando. Mis padres, ja, mis padres ellos si van a entenderme, toda la vida lo único que he hecho es hacer que se sientan orgullosos de mí, he tratado de corresponder de buena manera a sus sacrificios para darme una buena educación.
Pero el que me preocupa es Don Chema, condenado viejo, como lo quiero. Al entrar al hospital veo a mis primos, regados por la sala de espera, algunos lloran y se consuelan entre sí. Al verlos, apresuro el paso y no pierdo tiempo en saludarlos, cerca de la sala de emergencias se encuentran los esposos y esposas de mis tíos, también se encuentran en un muy mal estado, el único que falta en mi papá, cosa que no me sorprende, ya que al ser el esposo de la mas chica de las hijas de Don Chema, siempre ha estado muy apegado a los abuelos. Me disculpo con ellos, les explico que me quiero apurar, para alcanzar a verlo bien, que en un momento regreso, pero no me hacen caso, si acaso sólo la esposa del tío Emilio, me mira directo a los ojos, pero por toda respuesta sólo rompe en llanto, es gentilmente consolada, entro en el cuarto donde se encuentran todos los demás, es decir mis tíos, mis padres y los abuelos, rodeando una cama.
Al fin puedo verlos a todos, veo que aunque tristes, están bien, veo a Don Chema, es el más entero de todos, tiene un aplomo que sólo dan los años, y como de esos tiene muchos… La abuela y mis tíos están rezando, no los quiero interrumpir, en cambio a mis padres les hablo, les digo que estoy bien que no se preocupen, les digo que sean amables con mis primos y que cuiden de los abuelos, que yo estoy bien, pero no me oyen.
Quizá el andar de casa en casa hace que me sienta cansado, muy cansado, ya me he despedido de mi gente, ya mis padres han besado mi frente, ya mis abuelos me han dado su bendición, ya mis tíos me han tomado de la mano, creo que ya nada me queda por hacer, ya puedo cerrar los ojos y morir en paz.